Lazo a lazo. Día 5
—¿Recuerdas aquellos lazos?
—¿Cuáles?
—Los de las festividades y travesuras.
—Ah, qué tiempos.
Se arranca los lazos que solo se pone para la foto escolar o
un domingo festivo, desecha de una patada aquellos zapatitos brillantes que
visiona como ortopédicos. Encauzándose en la osadía, confabula con un par de
amigas. Ata lazo a lazo, con algo de nervio, sospecha de ser descubierta, a la
riña de su madre, hasta crear la cuerda perfecta, la que con sus manitas lanzará desde la ventana a la calle, salvando o reteniendo algún objeto. Risas ingenuas ensordecen con suspicacia. Vecinas incrédulas observan la hazaña, amonestan,
reclaman, pero sonríen. Aquel día 5 se repetiría hasta que pasó a otros. Otras
gestas, donde el miedo no residía contemplativo, solo se embadurnaba de
dispensa. La sencillez de creerse invencible. De inventar historias en la
crédula letanía. De cohabitar bajo el influjo de los posibles. Mira atrás y evoca,
aquellas dulces manos que la peinaban, añora hasta los imposibles, como cuando
le caía colonia en los ojos, y aquella ceguera momentánea en realidad versara en ser un atisbo germinado. De que que la ofuscación, el no saber, fuera la
respuesta. Vuelve al ahora, pero sigue allí, parte de ella está escondida en esa
y otra escena, en el calor que guarece. Ese es su refugio imperecedero.
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