Hermandad. Día 11
Días que añaden otros. Amanecer perpetuo. Pliego de apego.
Pasado que se mezcla en este ahora, en su tardío ayer. Un columpio oxidado, intransigente,
inmune al tétanos. Fuentes en las que se chapoteaba con risas que nacían de las
vísceras. Con una butaca mugrienta y cuatro ramas se crearon los primeros
hogares. La suciedad no impelía. Salvajismo. Travesías a la riera, sintiéndose ricas al hallar pirita. Crepúsculo eterno de verano, pureza. Andaba todo
plagado de retama, de anhelo.
Tardes que se presagiaban colmadas solo con una bolsa de
pipas de 25 pesetas, con la que entre 3 o 7 pequeñas boquitas relataban
secretos con un valor tan inmenso como lo son los sueños.
Áspera adolescencia, esbozo de madurez, cambios, distancia, lágrimas.
La fuerza de ese primer amanecer no rompió, no; perduró. No se fractura lo generoso.
Lo que está vivo. A ese día, ni al consuelo de los posteriores germinados. Ese tiempo
tan lejano, difuso, es un constante en este ahora que brota emoción.
Agradecimiento.
Para ellas.
Proust en "En busca del tiempo perdido" revivió su infancia a través de una madalena... yo acabo de hacer algo parecido con las bolsas de pipas.
ResponderEliminarCreo haber comido cientos de miles, pipas saladas... desbordantes de oxalato cálcico que en el futuro propiciarían cálculos renales, claro que eso ni lo imaginábamos...
Pipa tras pipa hablábamos de todo y nada.
Quién nos iba a decir entonces que con el tiempo dejaríamos de vernos...
Amigos de infancia que parecían eternos.
Ahora los oxidados no son solamente los columpios...
Nosotros también.
Besos.
Áspera y diría que dolorosa como un parto la doble transición entre niñez y adolescencia más el paso a la edad adulta. Responsabilidades. Es cierto que con una bolsa de pipas el mundo se veía mucho más fácil. Los sueños deben brotar como la primavera lo hace todos los años.
ResponderEliminarBesos, Irene.
Todo lo que se atesoraba en la infancia se va perdiendo a medida que crecemos. Poco a poco me fui quedando sin el olor a primavera de algunos días de febrero, sin los atardeceres de verano con su luz azulada que iba tornando al negro. todo seguirá ahí, pero ya no se percibe como entonces. Y no son esas pérdidas las peores.
ResponderEliminarUn beso.
No, no lo son Rosa.
EliminarBesos, y un abrazo enorme.
Beautiful blog
ResponderEliminarEl tema que cuelgas, una preciosidad!...
ResponderEliminarLo demás estupendo también, como siempre : )
Creo que evocas a tu madre y/o abuela(s) a tu infancia y además haces la magia de con tan poquitas palabras decir tantísimo que aturdes.. sobre todo a mi que necesito mil palabras para decir hola! : ) Es verdad, tb ellas, con tan poco hicieron tanto y sobre todo, habiendo pasado tanto en pasado, son tantísimo en presente y sobre todo (bis), nos han dado tantísimo a nosotras para que seamos lo que somos en nuestro presente que sí, más que merecido tu homenaje ( si es que es para ellas y si no lo es.. seguro que ese "ellas" tb se lo merece; ) Un besazo guapa!!
Irene, las añoranzas son esa parte de nosotros de la que no queremos desprendernos porque entendemos que fuimos felices, despreocupados y libres de reír a boca llena, con la panza y el alma.
ResponderEliminarEse "Ellas" puede abarcar tanto para nosotros..., pero por tus letras intuyo que son esas hermanas y amigas entrañables de la infancia, que llenaron nuestra vida de alegrías y a veces de llantos por no poder compartir las cotidianidades.
La canción es hermosa, habla de amistad, amor, riesgos, deseos, vueltas al pasado y todas esas pequeñas maravillas que conforman nuestra niñez, su inocencia y la adolescencia.
Como dice la canción que compartes, Somos la suerte de seguir aquí..., vivimos entre el milagro y el desastre...
Y como también dice esa otra canción de Jorge Drexler,
Nada es más simple
No hay otra norma
Nada se pierde
Todo se transforma
Todo se transforma querida Irene y conserva su esencia y valor, solo es cuestion de saberlo asociar y valorar cada nueva forma.
Y algo me dice que en ese reconocimiento andas buscándote, tratando de entender dónde fue a parar esa niña y esas amigas de infancia, y soltar esas amarras del tiempo. Un beso.
¡Hola, Irene! Seguro que ellas también se habrán emocionado con este homenaje a esa adolescencia que quizá los años hace más feliz en el recuerdo. En esa etapa de la vida cada día es una aventura por descubrir, el tiempo pasa despacio y las emociones se suceden demasiado deprisa. Ay, qué no daría uno por regresar a ella aunque fuera solo un día. Un abrazo!!
ResponderEliminarBonito texto, los cambios nos pasan cada día...
ResponderEliminarComo tú bien dijiste: áspera adolescencia. No sé quiénes son ellas, pero de cierta forma las siento. Y las abrazo en su dolor que es el mío, que es de todos.
ResponderEliminarSentido texto, Irene.
Va un abrazo.
Soy consciente de mi cobardía, esta es la razón de que esta semana no hay entrada, si soy sincera no he tenido valor a publicar. La verdad, es que he antepuesto otras, volviendo de nuevo a adquirir hábitos incrustados. Hasta estoy utilizando el otro blog como a un amante, (no hagáis caso de mi analogía) La cuestión es que ha llegado un punto en el que me he preguntado, ¿merece la pena? Pero sí, lo merece. Voy a estar algo incomunicada durante una semana y aprovecharé para recolocarme. Y luego, quién sabe, continuaré. Hasta puede que cierre los ojos y me crea valiente.
ResponderEliminarHago mías las palabras de María Mercedes Carranza: Un día escribiré mis memorias, ¿quién que se irrespete no lo hace? Y allí estará todo. Estará el esmalte de las uñas revuelto con Pavese y Pavese con las agujas y una que otra cuenta de mercado.
Mil gracias por acompañarme en este viaje.
Os lo agradezco con todo mi corazón.
Besos, y abrazos.