Larga espera. Día 23
En esta cárcel cada vez hace más frío, indigencia que
concede pequeños fogonazos de valentía. Solo es un sujeto anhelante,
desestabilizado, le es más noble quedarse retenida, abstraída, que lanzarse a
ese camino, uno en el que se arrincona.
Observa por la ventana, tiembla, la cálida brisa podría
cederle una oportunidad. Aparta la mirada, se abraza a la desnudez, a la suya; a
una verdad que ciega y ahoga. <<¿Hasta cuándo?>> Conoce la
respuesta. Devoción corrompida. Unilateral. Prófuga. Se está quedando sin alma.
Le quedan pocos alientos. El tributo está agonizando.
Entonces vuelve a casa, siempre lo hace, una que se
construyó en base a sueños que no florecieron, a la desventaja de que no
existiera un mañana. Busca aquel amor. No lo encuentra. <<¿Agonizó?>>
Se estremece, vaga, cierra los ojos, esos que nunca lloran, que no se emocionan
por el escarmiento, pero si por una caricia.
Sus pies no se mueven, son losas que se aterieron a una
seguridad idealizada. A la carencia.
Y sigue esperando, recelosa, apocada. Rota. Nadie puede
salvarla de esta caída.
Hay caídas que son inevitables.
ResponderEliminarDa igual como seas, da igual quien tengas cerca... tarde o temprano un día caes por donde nunca imaginaste... y duele, duele porque todas tus certezas resulta que eran de cartón, y lo que creías una fortaleza no era más que un decorado... y nadie va a sacarte de ahí... saldrás por tus propias fuerzas pero ya no serás jamás la persona que eras antes de la caída... y dicen que entonces te has de reinventar (un eufemismo ridículo para enmascarar la magnitud de la tragedia).
Besos.